jueves, 22 de noviembre de 2007

Sondeos y Proceso Electoral


Estimados, quiero compartir con ustedes algunas cuestiones que nos deja, cada vez con mayor frecuencia, el proceso electoral en nuestras sociedades.

Afirmación: las campañas electorales están atravesadas por los sondeos de opinión. Estos cada vez adquieren más autonomía de la opinión pública.
Aunque la premisa parezca contradictoria, la actualidad muestra que los sondeos de opinión adquirieron el status científico suficiente para dar respuestas a lo que ocurrirá en el momento final de las elecciones cuando se abran las urnas[1].
Es que este tipo de sondeos se revela cada vez más como actor con una significativa presencia en el acontecer de las campañas electorales.

Si se atiende a que los sondeos son una estrategia que permite revelar- como una fotografía- lo que piensa parte de la opinión pública, apenas nos quedaremos en cuestiones estrictamente técnicas-estadísticas. Muy por el contrario, desde hace un tiempo, los sondeos han llevado al extremo su participación en la campañas, ubicándose como actor central, ya no sólo por lo que dice la opinión pública, si no por lo que implica la propia interpretación de los datos.

En otras palabras, los sondeos en tiempos de campañas son factores orientadores y marcadores de tendencias sobre las preferencias de los votantes. Ponen en lugar preferencial a las opiniones de las personas y asumen la voz de la opinión pública al señalar: “gana tal o cual candidato”.

Esta situación adquiere mayor interés al considerar un elemento primordial: los sondeos nunca son neutrales frente a los candidatos: los sondeos o son servicios tomados por los partidos o por los candidatos o por los propios medios de comunicación, y en consecuencia son construcciones estadísticas que deberán ser entendidas en enclaves de intereses específicos.

Consecuencia de esta situación, el andamiaje propiciado por el sondeo aparecería apegado directamente a específicos intereses que dejan desubicados a los integrantes de la opinión pública. Particularidad que se revela, en parte, porque los sondeos son vaticinadores con probabilidades de error.
No porque se muestra falsamente los datos, sino por la interpretación que se hace de ellos. A modo de ejemplo, si un candidato A está primero en orden de preferencia de un sondeo de opinión con X porcentaje de diferencia sobre su competidor B, es probable que las tendencias del voto o las preferencias a corto plazo puedan incidir en las interpretaciones de lo que se exponga a la opinión pública.

Convirtiendo, de esa manera, a las encuestas de opinión en “aviones de reconocimiento que pueden convertirse en bombardeos en pleno vuelo”[2], en plena campaña electoral, mediante la implementación de climas o ambientes tendientes a tensionar las relaciones entre actores políticos de diferentes tradiciones. Máxime si se considera válido el argumento de que las personas pueden sentir como real algo que tal vez no sea, disparando en diversas direcciones potenciales afirmaciones que tienen asideros resbaladizos.[3]

Sondeocracia, suele llamarse a la invasión de los sondeos en las campañas electorales que lleva incluida una profunda transformación de la propia democracia, a través de la sustitución del debate público por la conformación de argumentos configurados por “expertos” sobre temas polémicos, que no son más que los resultados de las encuestas[4].

Este conjunto de apreciaciones no hacen más que poner entre signos de interrogación a los sondeos en el proceso eleccionario. Es que las encuestas son presentadas como una nueva forma de legitimación política que expresa la voluntad de la mayoría de la opinión pública y en consecuencia legitima la acción política de quienes son los candidatos o futuros gobernantes.

Finalmente, si las encuestas fuerzan la realidad no es porque sean falsas, sino por el lugar que le asignó el nuevo escenario político de descreimiento hacia la representación y participación en los partidos políticos, hoy más preocupados en acaparar votos que en ampliar las fronteras del debate.

[1] Hay dos formas de sondeos o encuestas de opinión que son privilegiadas por los expertos. Una realzada a lo largo de la campaña, buscando conocer, por ejemplo, la imagen de los candidatos, si es votable, si necesita cambiar de estilo, entre otras. Y la segunda, se realiza durante el propio acto eleccionario, denominada “baca de urna”, trata de conocer a quien se voto efectivamente. Ambas formas tienen sus márgenes de errores estadísticos propios de trabajar con universos específicos.

[2] Rey Lennon, F. y Piscitelli Murphy, A. Pequeño Manual de encuestas de opinión pública. La Crujía, Bs. As. 2004, p. 162.

[3] Es interesante para graficar el caso de las elecciones para Presidente de la Nación de la República Argentina. Un candidato a Presidente señala que la candidata oficialista lleva ventajas en todas las encuestas y por ello ve pocas posibilidades de que él triunfe. Este hecho revela hasta dónde hunde sus raíces la presencia de las encuestas o sondeos en las campañas electorales y cómo adquieren autonomía frente al propio campo político y a la opinión pública.

[4] Hay que dejar en claro que el análisis versa sobre los sondeos o encuestas basadas en métodos científicos, quedan excluidas las entrevistas televisivas que ponen más interferencias en el análisis que luz para entender la opinión de los individuos.